mercredi, novembre 15, 2006

Noticias con una hora menos.


Ciudad de la Luz, noviembre de un año cualquiera

Sé que hace tiempo que no paso por la Tienda de Hilos a hacerles una visita a ambos, Don Nicolás. Sé que también hace tiempo que no les escribo una carta, contándole mis viajes; ni que me he atrevido a llamar desde hace... ¿Cuánto? Mucho ya...
Ya saben que cambié de vida, de lugar, de trabajo, de clima, de amigos y de horas. Incluso de horas se puede cambiar, sin ser la hora que cambiamos en otoño y en primavera. He recuperado una hora a mi día a día. Una hora que empleo en mí, sólo en mí, sin ser por ello una persona egoísta.

Algunos días, un gallo me despierta. Apenas el sol ha salido, el animal parece dar una vuelta por el lugar en el que está, vigilar que los dos perros que comparten patio, se pongan ya en acción, y controlar que todo esté correcto, tal y como lo dejó el día anterior. Serán las 5 o las 6 de la mañana. Siempre duermo con la ventana abierta, y cuando no es el gallo, son las hojas de los árboles que chocan entre ellas, o las ramas que golpean suavemente la madera de las celosías de las ventanas. Otros días, es la lluvia, fina y refrescante, tan distinta a la que yo conocía, que hace entrar por los listoncillos el olor a hierba mojada y tierra húmeda.
La puesta en marcha es más fácil que en cualquier otro sitio. La moqueta recibe mis pies, mientras me desperezo, la radio se enciende con la dulce voz de los lugareños. Dos horas después de la cantata del gallo, el sol inunda casi por completo todo el paseo, los árboles y matorrales juegan con las gotas de rocío que se deslizan, juguetonas hacia el suelo. El día ha comenzado, y la vida vuelve a empezar.
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