mardi, décembre 05, 2006

Klaus, el gato de los bigotes mágicos

Comenzaba el mes de octubre en la Ciudad del Viento. Un niño volvía del colegio por el Paseo de la Vereda, llevaba arrastrando su mochila con ruedas, y pensando en el bocadillo que su madre le tendría preparado en la mesa de la cocina. El día había sido agotador, en la clase de Matemáticas, les habían comenzado a explicar la tabla del siete, que, según el profesor, era una de las más complicadas de aprender. Pero lo había contado de tal manera, que todos los alumnos se habían divertido mucho, al escuchar al profesor contar como el número 7 preparaba una fiesta en su casa, e invitaba al número 6 y al número 8 y se disfrazaban con sombreros raros que tenían un número 4 pintado...
Cuando ya iba a entrar en su casa, un sonido lo despertó de su ensimismamiento. En el árbol de enfrente, había un gatito sentado, que lo miraba con los ojos abiertos de par en par. Pablo, se acercó a él con cuidado. No quería asustarlo. Se sentó a su lado, y tras comprobar que el gato seguía sentado, y no se apartaba, alargó su mano para acariciarlo. El gato comenzó a ronronear.
Rummm, rummm...
El gato estiraba toda su columna, su lomo subía y bajaba, recibiendo las caricias del niño, y mientras ronroneaba, Pablo iba viendo que los bigotitos de Klaus se iban alargando y poniendo más duros y oscuros. Pensó que eso era normal, que así el gato demostraba su felicidad por las caricias; tan duros parecían ya, que semejaban ser alambres plateados, como los que su hermana mayor llevaba en los dientes.
Tanta gracia le hizo el parecido, que le contó la confidencia al gato, y de repente...
Su hermana apareció por la puerta de la entrada de casa. Iba buscándolo, ya que llegaba tarde. Y la madre le había dicho que fuera a buscarlo. Al verlo con el gato, se acercó y lo acarició también.
Qué bonito, pensaba la chica. Lástima que no podamos tenerlo en casa.
Al momento, la madre salió del portal, y llamó a los chicos. Todavía no había visto al gato, cuando les comentó que tenía prisa, que había visto una camada de gatitos en una tienda de animales, y... Pensaba que sería bueno tener un animal de compañía en casa, para que los niños aprendieran a ser más responsables.
Pablo cogió al gato entre sus brazos, y le gritó a su madre, que él quería a Klaus, que era pequeño y muy mimoso.
- ¿Podemos tenerlo, podemos, di mamá, podemos, podemos?
- Sí, claro, pero ¿porqué Klaus?
- El gato me lo dijo.
- ¿Sí? Entonces cómo tu quieras, hijo, pero antes de preparar un sitio para el gatito, ve a la cocina a comerte la merienda, y luego a hacer los deberes.
Pablo obedeció a su madre. Y tras comerse su bocadillo, y darle un poco de leche al gato, fueron a su habitación. Klaus parecía conocer toda la casa, ya que se encaminó a la habitación del chico, dos segundos antes de que Pablo se levantara de la silla.
Al llegar a la puerta de su habitación, Klaus la arañó con su patita a rayas, para poder entrar, y una vez dentro, se subió a la cama, a la espera de que Pablo sacara los cuadernos y libros de la cartera.
El chico lo volvió a acariciar, mientras pensaba en lo feliz que estaba. Pero ahora tendría que aprender esa tabla del siete, y hacer muchos deberes.
De repente, plufff!La tabla del siete apareció delante de él.
1 x 7 = 7
2 x 7 = 14 - 3 x 7 = 21 ...
Las vibrisas de Klaus volvían a estar duras, y alargadas como alambres, mientras Pablo realizaba sus ejercicios. Se le escuchaba mascullar entre dientes la tabla de multiplicar, cantando los números, y haciendo las diversas cuentas, que su profesor les había puesto.
Miró al gatito, poco antes de acabar, sus bigotes estaban casi normales, alargados y medio caídos, ya no resplandecían como hilos plateados. Mantenía la mirada fija en la ventana, como buscando más allá. El niño la abrió y dejó salir al gato al jardín, mientras él terminaba de hacer sus deberes.
Klaus saltó la valla, y se sentó de nuevo frente al árbol. Su mirada inteligente, observaba el poco movimiento que había en la calle residencial. Otro niño se acercaba, llevaba los ojos enrojecidos por haber llorado, y tal y como llevaba su mochila, parecía haberse escapado de casa. Cuando llegó a la altura donde estaba Klaus esperando. Se sentó, y comenzó a acariciarlo. Klaus movió sus bigotitos, haciéndose cada vez más plateados y estirándose a la par que su ronroneo aumentaba de volumen. El niño se asustó cuando Klaus dijo “miau”, pero al instante siguiente, escuchó la voz del gato hablarle.
- No temas, era para llamar tu atención. Escucha, tu mamá te está buscando. Está preocupada, porque no estás en tu habitación haciendo los deberes, y ha salido a buscarte a la calle. Está muy triste porque te ha gritado, y quiere que vuelvas para darte un gran abrazo de oso.
- ¿Estás hablando? ¿Sabes hablar?
- Sí, soy un gato mágico, leo tu pensamiento, y he visto que estás enfadado y triste, pero no es culpa tuya. Vuelve a casa, que tu mamá quiere hacer los deberes contigo.
El niño miraba sorprendido a Klaus. Su ronroneo aumentaba por momentos, la pose del gato mágico era inteligente, tenía sus dos patitas delanteras juntas y estiradas, y aunque no abría la boca, su mirada reflejaba todo aquello que le contaba al niño.
Éste decidió hacerle caso, y tras preguntarle si lo volvería a ver, Klaus le dijo que estaría un tiempo viviendo en casa de su amigo Pablo.
Los bigotes del gatito se volvieron de nuevo más suaves, y mientras Klaus volvía a casa de Pablo, el niño, de camino a buscar a su mamá, pensaba que todo parecía distinto. Las cosas parecían tener un nuevo color, los árboles resplandecían con sus hojas doradas, y él... Él sonreía ahora.

1 Comments:

Blogger dragonfly said...

:D

Me alegra mucho que vuelvas a escribir

9:31 PM  

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