samedi, mars 10, 2007

Las gaviotas

Hace tiempo, mucho tiempo, existía una niña de pelo corto y oscuro, que vivía al borde del mar.

Sus padres tenían una gran casa, justo al lado del faro, del cual eran los dueños.
A la derecha había un acantilado, y bajando por el camino, se llegaba a una playita, de arena dorada y fina. Ahí, la niña hablaba con las focas y las gaviotas, que, curiosas, se acercaban.

A la izquierda, se encontraba un pequeño muelle, donde los barquitos, con sus velas de todos los colores dibujaban el perfil del horizonte. Cuando soplaba el viento, las velas se movían de lado a lado, provocando un pequeño silbido, que, junto a los gritos de las gaviotas, animaban la música de las olas.

Delante de la casa, había un gran jardín, lleno de árboles frutales, jardín donde la niña jugaba con su sombra al escondite.

Rara era la vez que la niña no se quedaba dormida en el jardín, tumbada en una manta, mirando al cielo, viendo volar las gaviotas por encima de ella, escuchando el rumor del mar, y siguiendo con su mirada, el halo de luz.

A esta niña, los momentos del día que más le gustaban eran el amanecer y el atardecer.

El amanecer era especial, ella se levantaba con las primeras luces y bajaba por el camino hasta la playa; allí, esperaba que las focas más grandes se despertaran y comenzaran a sacudir las aletas para despertar a las demás. En cuanto estaban todas despiertas, se iba acercando, una por una a darles los “buenos días”, les acariciaba el morro, y les preguntaba que tal había ido el día anterior.

Unos minutos después, las primeras gaviotas se acercaban a picotear en la arena, y la niña, también les deseaba un feliz día. Esperaba que acabaran de jugar entre ellas, y de darse baños en el mar, y entonces, les hacía infinidad de preguntas, sobre sus viajes.

- “Hasta dónde habéis llegado” – “qué habéis visto?” – “A quién habéis conocido?” –“Hay más animales en ese otro lugar?”

Las gaviotas le contaban a la niña todas las aventuras, todo lo que habían visto, todo lo que habían sentido, con quien habían jugado, los peces que habían pescado.

La niña, les escuchaba fascinada, y esperaba poder algún día, tener alas y convertirse en gaviota para volar libre y conocer otros lugares.

Ella les contaba a las gaviotas, lo que había ocurrido la tarde anterior, les decía cuantas estrellas había contado, y los sueños que había tenido durante la noche.
Las gaviotas soñaban con ser una niña. Y más precisamente, querían ser como esa niña.
Los atardeceres eran mágicos. La niña se quedaba mirando el mar, que adquiría unos colores más vivos y brillantes, que durante la mañana. Se sentaba encima de una enorme roca, con las foquitas a sus pies, con las piernas dobladas y los brazos rodeando sus piernas, y comenzaba a contarles sus sueños.

Era una niña que creía todavía en todo lo que en los cuentos leía.

Soñaba que los príncipes existían, y que las ranas no eran más que ellos disfrazados, dispuestos a dar el salto, para conseguir un beso de ella.

Pensaba que las estrellas jugaban al escondite durante el día, y por eso, ella no las veía. Quería creer que la luna era la madre de todas ellas, y que cuando no se la veía más que un pedacito, estaba enfadada con las estrellas, por hacerla rabiar.
Imaginaba que todo el mundo no estaba habitado más que por ella y los animales que hablaban con ella; con los delfines que, a lo lejos, veía saltar entre las olas, y por las gaviotas, que traían noticias de un mundo maravilloso.

Un mundo que ella quería conocer, y que, sentada en la roca, soñaba con encontrar...

un día de estos.


P.S: Escrito por primera vez a principios de abril de 2004, y publicado en galatea.blogia.com el 15 de abril de 2004.
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