lundi, août 04, 2008

Día de fiesta


Es vieja, y está amarilla por el paso del tiempo, como el papel de los pergaminos. Su olor es obtuso, tiene el aroma del té verde y la calidez del desierto…


Todavía notaba el aliento de sus palabras, mientras ella clavaba su mirada optimista en él. Un escalofrío recorrió su espalda, mientras se levantaba del sillón de la biblioteca, y buscaba a través de la ventana algo que hiciera saltar la chispa de su imaginación.

Decidió que era una buena noche, demasiado buena como para desperdiciarla en aquella inmensa, y ya solitaria, casa. Cogió la grabadora de la gaveta del escritorio y tras cerrar la puerta tras de sí. Respiró el aire caliente que llegaba desde el desierto. El perro se acercó, deseoso de salir de las cuatro verjas que abarcaban su territorio y olfatear los vientos que le aportaban miles de sensaciones que desconocía.

La calle próxima a su casa estaba llena de banderitas y papeles colgados entre los balcones de las casas, que se movían con nerviosismo, mientras el viento jugaba con ellos. El ruido que desprendía esa agitación, provocaba que Meridian tuviera las orejas atentas. Y en Juan una traviesa sonrisa.

Habían pasado dos años desde el 19 de julio. Dos años que habían pasado rápidamente, sin apuros, pero tampoco sin grandes aventuras. El cuaderno de ella seguía guardado en el mismo sitio donde lo dejó por última vez. Y las últimas historias de él dentro de la carpeta de sus dibujos. Antes o después, sabía que tendría que abrirla, y comenzar de nuevo. Y aquél era el camino a seguir.

La luna lucía en un cielo limpio de nubes. Estaba todo lo notable que podía estar en su mensual decrecimiento. Era como si la luna quisiera mantenerse iluminada durante toda la noche, sin hacer caso de los movimientos de rotación de la Tierra.


Aún siento tu presencia, mi niña, mirando frente a mí, sin decir nada, sólo dejando que tus labios sonrían, a la espera de que el mar de letras revoltoso forme sus primeras palabras, y escriba una historia. Pero es tan difícil sin ti… Mi musa, mi amor.”


La noche le daba opciones de retomar sus historias, de sacar lo que esos últimos meses había estado tratando de esconder. No era tan fuerte como se había hecho creer. Pero tampoco tan débil como se notaba esos últimos días. Lamentaba haber callado, y dejar que la inspiración pasara a su lado, sin hacer ningún ademán de retenerla y apaciguarla a su lado. Ahora, se imaginaba de nuevo en la biblioteca, afilando los lápices de dibujo de ella, extendiendo las hojas de papel blancas sobre la mesa. Y pensando aquella primera palabra que le permitiría comenzar de nuevo a vivir.


Plantado allí, mientras te desvaneces, mientras espero un gesto que me ayude a seguir por tus huellas invisibles. Intento llegar al agua, pero el mar se irrita formando murallas líquidas que golpean la costa erosionada, a la vez que es azotada por un amasijo de recuerdos.”

Sus palabras llegaron como un regalo. No las esperaba. Se había olvidado de su voz, de su esencia. Pero seguía ahí. En cada palabra que escribía, en cada dibujo que veía, en cada sorbo de té. Su rostro aparecía y desaparecía como si se lo llevara una ola del océano. Su voz, el mismo timbre que conservaba en su cabeza seguía teniendo la misma entonación. Se comprometió a volver a escribir. A renacer. Él como persona. Como complemento que fue. Como original que es.

-“Ay mi niña, te quiero cada día más.”
Las palabras se las llevó Lebeche, como un ladrón honrado, que roba sólo lo que es necesario. Las envolvió en unas hermosas peonias, que habían crecido al lado de la ventana por la que ella se asomaba. Y salpicando un poco de arena del desierto, se las entregó a ella.

Cuando llegó a casa, Juan levantó el auricular del teléfono. Comenzó a marcar un número. Y concertó una cita para el día siguiente.

Su mejoría comenzaría a notarse tras hablar con el Doctor Esteban.

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