dimanche, novembre 27, 2011

El árbol milenario de las lágrimas


Le contaba el señor Antonio a su hija Andrea, a la que llevaba en brazos, que allá arriba, donde habitan las estrellas, existía un árbol milenario cuyo tronco y ramas eran de oro puro, y que las hojas eran frondosas y estaban llenas de vida. El viento de las alturas se entremezcla con el calor de las nubes, y acaricia todo el lugar con una brisa que hace brillar las hojas, y el susurro que se desprende de ellas, producen una canción que se escucha en todo el Olimpo.

La pequeña Andrea ha salido hoy con su papá a comprar una planta para su madre. De camino al vivero, el señor Antonio le ha comprado una estrella mágica de hada a su hija. Y le ha comenzado a contar la historia del árbol de las lágrimas. El porqué de contárselo ha sido debido a que se encontraron por el camino a dos niños, no mucho mayores que Andrea, que lloraban a lágrima viva, mientras la mamá de los niños, les reprochaba algo. Andrea se puso muy triste, y entonces, el señor Antonio, le compró la estrella.

Y cierto, allí en lo alto, donde un montón de estrellas, como la que tienes en la mano, hija mía, brillan, y juegan al escondite con la luna, hay una que brilla especialmente, y que es la que preside todas las reuniones de los dioses. Allí, ellos se sientan alrededor del árbol de oro, o como ellos lo llaman, el árbol de las lágrimas, y hablan y discuten sobre miles de temas, que ocurren aquí, en la tierra.

El dios que se encarga de cuidar el árbol, y por ende, cariño mío, de recolectar cada lágrima de los niños que lloran en la tierra es Dionisio, aunque otras personas lo llaman Liber. Es una persona muy joven, es el dios de la vid y de la yedra, del delirio, del entusiasmo, del éxtasis, de la danza, de la tragedia y de las fiestas. Y es el que, dentro de su juventud y lozanía se encarga de transformar las lágrimas en deseos cumplidos.

Hace mucho tiempo, los mayores dioses del olimpo le encargaron, en primera instancia para hacerle ser más responsable, que cuidara del árbol. Decían que cada vez que un niño en la tierra llora, cae una hoja de plata del árbol, y que la misión de Dionisio era cuidar de que no cayeran muchas hojas, al menos, no tantas como para dejar el árbol desnudo.

Pero Dionisio era un dios con ideas, y bastante intrépido. Ideó un camino entre las estrellas, que lo comunicaba directamente con la tierra. Es un camino invisible, que todo el mundo conoce que existe, pero que sólo Dionisio sabe donde está. Así, cada noche, cuando la luna es la señora del cielo, él baja a la tierra, y esconde bajo la almohada de los niños que han soltado alguna lágrima durante el día, un bonito sueño, que los hace sonreír y estar felices. Él se lleva las sonrisas hacia las estrellas y se las da al árbol milenario, para abonarlo, y así cada mañana, el árbol de las lágrimas renace con nuevas hojas plateadas, y nuevas ramitas esperanzadoras.

Pero, cariño mío, no sólo se preocupa de los niños que, como los de antes, lloraban porque su mamá no les hacía caso, también Dionisio ayuda a los niños que duermen con el frío de la noche, y que no tienen nada que llevarse a la boca, a los que tienen que trabajar en los semáforos, o vendiendo periódicos en los pasos de cebra. A los niños que duermen aterrados, por el ruido de las bombas, y a los que se sienten desprotegidos físicamente... Dionisio ayuda a todos ellos, y les lleva un bonito sueño, con el que ellos, sonríen, y les ayuda a buscar un nuevo destino en sus vidas. Por unos instantes, al menos, esos niños cambian las lágrimas y los temores por sonrisas e ilusión, y vuelan hasta las ramas del árbol milenario, donde son escuchados, y arrullados, y despiertan con la ilusión de un nuevo día.

P.S: Escrito y publicado por primera vez en galatea.blogia.com el 24 de octubre de 2005.

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